Thursday, April 21, 2011

La esperanza de Doña Esperanza

Su voz en México no se escucha, apenas es un susurro. Sus reclamos, aunque justos, nadie los atiende. La pobreza ha disminuido su cuerpo, su fragilidad física es evidente; se nota en la piel curtida por el sol, por el trabajo duro, por el inclemente clima desde el alba hasta el anochecer, pero sobre todo por la carencia de oportunidades.

Pese a las adversidades, su fortaleza de espíritu es inquebrantable, la esperanza por sacar adelante sus hijos levantan su frente, la llevan día a día a buscar el sustento para los suyos, para los inquilinos de su hogar que también son los habitantes de su corazón.

Ella es una madre en cuyos hombros, al igual que muchas mexicanas, recae la responsabilidad de sacar adelante a sus vástagos. Desea para ellos educación y un mejor futuro. Lamentablemente, las condiciones del país no son las mejores, por eso toma la decisión de iniciar la más audaz de sus travesías. Le esperan el desierto y las mortales aguas del río Bravo. Sabe del peligro, sabe también que en su camino encontrará a personas sin escrúpulos que trafican con sus iguales.



Pero puede más el amor de madre, de mujer comprometida con el futuro de sus hijos; puede más el anhelo de que los suyos tengan mejores condiciones. Ella es una mujer migrante, quien sueña despierta, en cuya mente revolotea el sueño americano. No tiene nombre, porque podría ser cualquiera de las miles de mujeres, madres, hijas, sobrinas, abuelas, tías, quienes dejan su país, sus hijos, sus padres, sus hermanos, su país con la vista fija en un ideal.

Sed, hambre, peligro, persecución, ilegalidad, un muro… son algunos de los obstáculos que ella logra traspasar en la persecución de un proyecto de vida, familiar y personal. Por fin llega a los Estados Unidos y no encuentra otra cosa que desprecio, discriminación, exclusión, maltrato. Meseras, afanadoras, agricultoras, trabajadoras domésticas, costureras, obreras. Hacen lo que sus anfitriones no quieren hacer, para luego ser despedidas, deportadas, echadas del país para el que producen.

Ellas, mujeres migrantes, regresan, menospreciadas pero orgullosas de haber perseguido un ideal inspirado en el amor. Esa es la historia de Doña Esperanza, la madre de Eruviel Ávila, quien fue en busca del sueño americano cuando su esposo, chofer de un caminón de pasajeros murió, y se vio en la necesidad de buscar el sustento de su familia.

Hoy, su esfuerzo ha rendido frutos. Su orgullo está a la vista y semejante lección de trabajo fue aprendida por sus hijos. Por eso, Eruviel Ávila está comprometido con tu tierra, con su estado, con su país, con su gente. Para que ni una más, como su madre, tenga que abandonar su hogar.

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